La expansión de Internet y la capacidad de acceso a esta tecnología han aumentado significativamente y continúan en franco desarrollo. Pero, ¿cómo nos conectamos en América Latina?, ¿cuál es la Internet que consumimos?, y más importante aún, si consideramos que Internet es una herramienta para el ejercicio de derechos, la pregunta clave es ¿cuál es la Internet que queremos y que estamos construyendo para nuestras sociedades?
Buena parte de las respuestas a estas preguntas están dadas en las ofertas comerciales de las empresas que proveen la conectividad a Internet —ISP (por sus siglas en inglés). Cuando el acceso a Internet dependía de una conexión fija, la velocidad de la conexión determinaba el valor —y, por tanto, la capacidad— de las ofertas en el mercado.
Además, los proveedores competían para ofrecernos “combos” de Internet con otros servicios —esencialmente, TV y
teléfono—. El aumento en la penetración del Internet fijo, que generaliza el servicio especialmente en las ciudades, ha supuesto el desarrollo de ofertas con ganchos comerciales adicionales (algunas veces la suscripción permite el acceso a servicios gratuitos como programas antivirus durante un tiempo determinado o el acceso a canales de video especiales que viajan por Internet —ESPN play o Claro Video—).
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