La tecnología está rodeada de entusiasmo, hiper-expectativa. En los últimos años, se la presenta como el elemento que puede resolverlo prácticamente todo: desde el analfabetismo, pasando por la corrupción estatal, hasta la apatía política. En nuestro país no escapamos de esta tendencia.
Aunque la tecnología nos ha servido para promover importantísimos avances en donde haya irrumpido, el tecno-determinismo o tecno-solucionismo —una corriente de pensamiento que coloca a la tecnología como el eje central para el desarrollo— está opacando un necesario debate sobre sus límites. Creemos que es necesario hablar con franqueza sobre los desafíos a los que nos enfrentamos cuando buscamos generar cambios perdurables con tecnología. Desde nuestra experiencia de trabajo en el desarrollo de tecnología cívica, compartimos algunos aprendizajes y reflexiones sobre este tema.
La tecnología como herramienta para la participación política
En TEDIC hemos promovido y desarrollado tecnología con la idea que para fortalecer nuestra democracia y el ejercicio de derechos, necesitamos proveer a las personas información y herramientas que les permitan participar en política.
Creemos que nuestra tecnología debe perseguir el cambio social. Pero es una herramienta, y no un fin en sí mismo. Nunca es auto-suficiente. La acción colectiva, organizada y sistemática es crucial para generar transformaciones permanentes. Finalmente, para que sea verdaderamente disruptiva, la tecnología debe ser abierta, auditable (software libre), y segura (privacidad por diseño).
Es indudable que las tecnologías abren posibilidades de participación política. Las redes sociales actúan como medios de expresión, organización e incidencia. La campaña #pyrawebs y las movilizaciones de #UNANoTeCalles son algunos ejemplos locales de esto. También se forman nuevos medios de comunicación que hacen contrapeso al discurso de medios masivos, quebrando el monopolio informativo y dando oportunidades de nuevas expresiones políticas, como ocurre con El Independiente, CigarraPy y Kurtural. Igual de importante es el desarrollo herramientas web independientes, creadas por organizaciones o colectivos, que sirven para fortalecer la rendición de cuentas y el vínculo entre gobierno/ciudadanía.
Sin embargo, los desafíos que existen son muchos. Empezando por el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el Brexit de Gran Bretaña. Ambos episodios echan por tierra las hipótesis que las personas, con información a su disposición, pueden elegir mejor. No son necesariamente criterios informados los que guían a la gente a la hora de votar en política.
Un dato importante es que el número de democracias hoy en día es prácticamente el mismo que al inicio del siglo, a pesar que en los últimos años las tecnologías irrumpieron en nuestras vidas. El “efecto democratizador“ que se vaticinaba con la incorporación de TICs en el cotidiano de la gente no necesariamente se sostiene con la evidencia. De hecho, lo que resaltan son serias deficiencias de instituciones democráticas. La crisis financiera del 2008 dejó al descubierto la complacencia de los gobernantes al casino de las finanzas. También la incapacidad de disminuir la brecha de desigualdad pone en cuestionamiento la eficacia de planes de gobierno. Como resultado, la confianza en las instituciones ha disminuido.
También, detrás de la caída en la confianza en la democracia está el hecho que las reformas estatales, estructurales, son mucho más lentas que el ritmo de cambios al que se mueven los ciudadanos con la tecnología. Esto genera una disparidad que debilita a las instituciones en su capacidad de responder a nuevas y emergentes demandas, lo que a su vez desmotiva la participación ciudadana.
Pero es cierto que la participación de las personas en política, por lo general, se da más por picos en el tiempo que de forma constante. Participar requiere energía y tiempo, ambas cosas que no se disponen fácilmente. Igualmente, la brecha digital o el acceso a la tecnología sigue siendo limitado, lo que genera desventajas para las personas y hasta puede profundizar las desigualdades existentes.
Otro punto a considerar es que los gobiernos también saben usar tecnología para aumentar su poder, y muchas veces en detrimento del involucramiento de la gente en la vida política de sus países. De hecho, las que se dicen ser democracias consolidadas hacen uso de tecnología para implementar normas más cercanas a regímenes totalitarios. Evidencia de esto son las declaraciones de Edward Snowden sobre los mecanismos de vigilancia de la NSA; Gran Bretaña, que recientemente ha pasado una ley de vigilancia calificada como la más extrema de las democracias de Occidente; controles biométricos, que ponen en peligro la privacidad y la libertad de las personas.
Por último, Internet no necesariamente ha servido para liberarnos o democratizar procesos. Internet es un terreno en disputa, donde la vigilancia y la censura son cotidianas. Las empresas más rentables del mundo lucran en este espacio a partir de nuestros datos y el control que ejercen con éstos. Google, Facebook, con sus algoritmos determinan qué vemos, y finalmente, qué pensamos. Entonces, ¿hasta qué punto podemos hablar de una participación efectiva cuando un grupo de empresas pueden llegar a condicionar mucho de lo que hacemos en Internet?
Claramente la tecnología por sí sola no garantizará más participación de las personas, o participación efectiva para generar los cambios que se necesitan. La llamada “primavera árabe“ ofrece una enorme lección. Alterar un orden político resulta más posible con tecnología hoy en día, pero no así construir nuevas instituciones democráticas. Acciones online tienen que estar acompañadas de acciones en el terreno más sistematizadas y organizadas en el tiempo para afectar verdaderamente el sistema político.
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